Cuántas veces nos
encontramos encerrados, tratando de cumplir desesperadamente con una meta, con
el “deber ser” internalizado, con lo que creemos que “está bien”, con lo que
“corresponde” (aunque no sepamos con que vara se mide eso) y no nos preguntamos
si eso que tratamos de alcanzar es realmente algo que queremos, nosotros…
Observo que este
proceso mayormente no es sin sufrimiento, es con un profundo malestar llegando
al desequilibrio interno. Frente a esto me pregunto: si es lo que Yo quiero,
por qué sufro? Será porque tal vez sólo exista un desenlace posible y “adecuado”? Y si no logro ese único desenlace, lo que me espera es el fracaso y la
frustración?
No hay
alternativa, frente a la orden interna hay solo una manera de proceder exigente
y rígida. Delante de un examen, la mejor nota, porque menos es vivido como
fracaso y error; frente a la elección de una carrera, decidir no por lo que
quiero si no por lo que los demás valoran; ser "el/la mejor" en todo, como hijos, padres, profesionales... porque ser "normal" es ser menos, es ser común; frente a los eventos de la vida, responder con
automatismos, cumpliendo con lo que se espera que cumpla pero sin preguntarme
si Yo lo quiero, para evitar la culpa… y más…
Para quién
hacemos esto?, pregunto, “para mí” me responden. Creo que en ese “para mí” hay
otros que fueron altamente significativos para nosotros y que seguramente
dieron letra a esta elevada autoexigencia, por acción u omisión. Frases,
dichos, estigmas que quedan grabados en nuestra estructura, que fueron
transmitidos de forma sutil, sin intención de hacer daño. Esto colaboró a que
formáramos un esquema de ideas, un sistema de creencias, que nunca cuestionamos.
Nótese que digo “ideas”, “creencias”, de eso se trata, de un grupo de ideas que
rigen nuestra vida, que son la vara con la que medimos cada decisión que
tomamos, que tiñe cada emoción con la que vivimos las experiencias. Por supuesto
que alguien le “dio letra” a este conjunto de ideas, pero hoy siendo
responsable de mí propia vida puedo cuestionar, “debo” cuestionar (acá el
“debo” es bienvenido! Jeje).
Cuando puedo
cuestionar a ese “exigente interno” que me ordena cumplir sin elegir, puedo descubrir
qué es lo que yo quiero. Pero sobreviene el desafío de ir por ello, por lo que
quiero, por lo propio, lo nuevo, lo que me va a equilibrar y dar una identidad
más propia. De no ser así, vivimos, actuamos y decidimos como creemos que otros
esperan que lo hagamos. Es como vivir una vida inauténtica, porque el guión de
nuestra vida, finalmente, está escrito por otros. Pero claro! Surge temor frente
al desafío de elegir conforme mi deseo! Muchos piensan que bajando un poco la
autoexigencia, se van a pasar al otro lado, se van a “tirar a chantas”.
Imposible, quédense tranquilos, apenitas si vamos a poder cambiar algo. Y esa
es la buena noticia: que es “apenitas”, y que después será otro “apenitas” que
le sumemos y así, hasta que los procesos no sean tan sufrientes y exigentes,
porque serán elegidos y deseados, porque tendrán alternativa, errores y denegaciones incluidos como parte del proceso. Ponerse metas realistas, posibles, cortas en
el tiempo y no objetivos idealizados, inalcanzables, ajenos a nuestro sentir y
que nos frustran retroalimentando la exigencia “para la próxima vez”.
Siempre digo que
la exigencia es una de las formas que adquiere la falta de respeto. La "nueva" idea es no faltarse el respeto y ser más benévolo con uno mismo!!