Lo
que escucho con mayor frecuencia en la consulta, son reproches y reclamos
respecto del “otro”. Y este otro puede ser una pareja, un amigo, un familiar…
Es
importante traducir esos reproches y reclamos en planteos claros que expresen
mi desacuerdo o malestar cuando así lo siento. Generalmente, lo primero que
hacemos casi naturalmente es calificar al otro. Determinamos a través de un
juicio por qué hizo lo que hizo o dijo lo que dijo, interpretamos (cual seres
omnipotentes) cuál fue la intención del otro al hacerlo y hasta “sabemos” cómo
piensa…
Es
cierto que lleva mucho trabajo “parar a pensar” antes de reaccionar de manera
visceral y automática: interpretamos desde nuestros conocimientos, faltas y creencias,
la actitud del otro. Y también es cierto que lleva tiempo aprender a
preguntarle al otro cuál fue su intención al hacer tal o cual cosa, en función
de entender y no juzgar y así poder exponer cómo impactó en mí su conducta,
cómo me sentí con tal actitud o comentario.
Y
habiendo llegado hasta acá, quiero avanzar un paso más en un aspecto que
prácticamente no tenemos en cuenta: el reconocimiento a través de la valoración
del otro. Nos sale muy fácil la crítica, nos cuesta mucho el reconocimiento de
un gesto valioso del otro hacia mí (sobre todo si tengo un fuerte entrenamiento
en la crítica).
Cuáles
podrían ser las causas de esta dificultad? Es probable que se trate de creencias,
de ideas que tenemos incorporadas y que nunca cuestionamos.
“Es
lo que debe hacer”, “No hace falta que le diga nada porque es lo que
corresponde”. Todos sabemos lo que se siente cuando el otro nos reconoce
positivamente en una actitud, entonces, por qué retaceamos este gesto cuando se
supone que ese otro es alguien a quien amamos?
“Si
le digo algo así, se va a agrandar”. Acá se pone en juego una cuestión de
poder. Creemos que reconocer lo valioso que recibí me expone a perder. De lo
que no nos damos cuenta es de que “perdemos” los dos si lo que está en juego es
una relación de poder.
“Si
reconozco lo importante que son sus cambios para mí, se va a achanchar”.
Pensamos erróneamente que el mejor estímulo para el cambio es el reclamo y que
si agradecemos o reconocemos el otro dejará de persistir en ese cambio que
favorece a ambos. Y si favorece a ambos, por qué dejaría de hacerlo?
“Estoy
enojada/o por lo que hizo y no puedo pensar en otra cosa”. Esta creencia está
fundada en que la emoción es más fuerte que la razón, que si siento esto no
puedo pensar en lo otro. El desafío justamente es hacer foco en lo distinto, en
lo valioso del otro para poder salir del enojo y del resentimiento. Aún así, e
incorporando esta herramienta, tengo más recursos como para ir a buscar al otro
y hablar de aquello que me enoja y hiere desde un lugar más saludable!!
Seguramente
si nos preguntamos, encontraremos más creencias que sostienen esta incapacidad.
Sabemos que la memoria del reconocimiento recibido y brindado a lo largo del
tiempo es el mayor tesoro que como personas podemos albergar. Así que, como
siempre decimos, a entrenar!!!
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