“… El sexo femenino no solo no se ve, tampoco se nombra. Y
según los griegos, aquello que no se nombra, no existe.” (“Mujeres: la
sexualidad secreta” Patricia Politzer, Eugenia Weinstein)
Me comentaba una paciente hace pocos días, que le había
llamado la atención ciertas expresiones entre amigas referidas a encuentros con
varones: “Le doy”, “Me la baja”, “Te lo garch…?”, “Me la ch…”, etc. Y en lo que
hizo foco es en que esas expresiones son más bien masculinas... Entre varones,
este tipo de frases, son comunes y hasta “esperables”, pero entre mujeres?
Entonces me pregunté por qué las mujeres estábamos usando un
lenguaje que no es nuestro, que es de los varones, un lenguaje que expresa disposiciones,
intenciones y hasta la morfología de los varones. Será que tal vez, no tenemos
una manera “nuestra”, femenina, de expresarnos?
Abarcar el tema de la sexualidad femenina es muy amplio y no
es mi intención en este post, pero claramente este fenómeno forma parte de ese
misterio que es la sexualidad femenina, un misterio que lo es tanto para
nosotras como para los varones. Y es un misterio porque, entre otras cosas, el
sexo de la mujer está oculto a los demás y, peor aún, a sí misma. Desde la
ecografía de una embarazada donde claramente se “ve” y el médico dice: “es un
varón”, hasta la fiesta y la gracia que es que el varoncito muestre sus partes
y los familiares con orgullo lo festejen, la variedad de nombres que al
varoncito se le dona para que nombre su pene y con las nenas surgen
aberraciones como “la colita de adelante” o en el mejor de los casos se nombra
a la vagina (cuando en realidad deberíamos hablar de vulva, porque es allí
donde experimentamos placer), pasando porque el varón no puede ocultar lo que
está sintiendo con su sexo, sus genitales y sus orgasmos no pasan inadvertidos,
pero en cambio las mujeres podemos atravesar esos momentos mostrando una cosa y
sintiendo otra totalmente opuesta, total, “nadie se da cuenta”…
Podría seguir enumerando las diferencias que existen entre
la sexualidad femenina y la masculina, desde fisiológicas, anatómicas, de
expresión de placer, psicológicas y emocionales, pero como síntesis de todas
ellas tomo del libro antes mencionado la siguiente idea: “… la naturaleza le
reservó a la mujer otra jugada traicionera: el goce femenino no es necesario
para la reproducción”. Algo más? Sí…
Por supuesto que la historia, con sus diferentes
expresiones, hizo su aporte. A nuestra morfología oculta, sumamos años de una
religiosidad orientada sólo a la reproducción, etapas de la sociedad, como la
época victoriana, el psicoanálisis con la idea que a las mujeres “nos falta” el
pene (cuando en realidad tenemos otro órgano) o el mismo Freud que hablaba de
un “pene atrofiado” refiriéndose al clítoris, el feminismo en la búsqueda de la
“igualdad” cuando no somos iguales, varios informes científicos llegando hasta
Máster y Johnson, que llegaron a “cuantificar” didácticamente un proceso que
incluye mucho más que la genitalidad determinando como “normal” lo conocido y
lo conocido es la sexualidad masculina!! Esto trajo como consecuencia mucho
daño y confusión, ya que toda conducta que se saliera de la “normal” (masculina)
fue nombrada como patología…
Y así venimos viviendo las mujeres nuestra sexualidad, a los
ponchazos, entre silencios, represiones, órganos ocultos y diferentes,
desinformación, vergüenza y demás. Creo que hay todo un modelo de ser femenino
que se borra, que no se conoce, que no se muestra, porque nosotras callamos,
porque primero es la mujer la que se desconoce y no sabe qué siente, cómo,
dónde y cuándo. Con ese desconocimiento es que asumimos expresiones, posturas,
estándares, pensamientos, “rankings” masculinos.
Será hora de repensarnos, de conectarnos con lo propio, que
es diferente, ni mejor ni peor, que complementa, que suma, que conecta, que
abre y que se brinda para un encuentro enriquecedor y superador y que, por sobre
todas las cosas, nos distingue y no nos iguala, porque finalmente, para qué
queremos ser todos iguales?
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