Stephen Covey habla del “circulo de preocupación” y del “círculo de influencia”. Creo que una de las cosas que más escucho, en el consultorio y en la vida, es la queja, la preocupación, el esperar que las cosas sucedan, el “saber” que la culpa o responsabilidad es del otro y que yo nada tengo que ver o hacer, el dejar en manos de alguien, una pareja, Dios, el terapeuta, el gerenciamiento y la administración mi vida.
Covey propone pensar en qué “invertimos” nuestro tiempo y energía. Muchas son las áreas que nos preocupan: la educación de los hijos, el aumento del súper, la enfermedad de algún ser querido, la falta de respeto por la ley y por las normas, la pobreza, el calentamiento global, la inseguridad, etc.: círculo de preocupación.
Cuando miramos estas cuestiones, nos damos cuenta que sobre algunas de estas cosas no tenemos ni remotamente ningún grado de control real y con respecto a otras, algo podemos hacer. Sobre éstas, sobre las que algo podemos hacer, podríamos inventar otro círculo que se llame: círculo de influencia, más pequeño.
Sobre cuál de estos dos círculos depositamos la mayor parte de nuestra energía y de nuestro tiempo?
Hay personas proactivas, que centran su energía, sus habilidades y su voluntad en aquellas cosas sobre las que algo se puede hacer. El término “proactividad” es muy utilizado hoy en día por las consultoras, por la gente de RRHH, etc. pero no está en el diccionario y va más allá de tomar iniciativas. Significa ser responsable de nuestros propios actos, de la vida, de las decisiones y de las consecuencias de las acciones que tomamos. “Tenemos la iniciativa y la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan” dice Covey. Claro, que es más fácil y más cómodo que esto quede en manos de otro. Las personas reactivas centran sus esfuerzos en el círculo de preocupación. El foco está puesto en los errores de los demás, en lo que no hicieron bien, en lo que ya pasó, en circunstancias sobre las que no hay ningún grado de control. Esto genera sentimientos de culpa, acusaciones, resentimientos y un alto grado de impotencia. La energía negativa que emerge termina por alejarnos de aquellas cosas en las que sí podemos trabajar y hacer algo, termina haciendo que el círculo de influencia se achique.
Cuando nos centramos en el círculo de preocupación, otorgamos a las cosas que están en su interior el poder de controlarnos. De sentimientos reactivos obtengo más de lo mismo: malestar, más preocupación, menos cambio y nada de modificación. Cuando nos centramos en aquellas cosas en las que podemos influir, sobre las cuales podemos hacer algo, la energía positiva se amplía y el círculo de influencia se agranda.
Muchas veces, casi siempre, me atrevería a decir, el material precioso sobre el que tenemos influencia y podemos trabajar somos nosotros mismos. Así salimos de la comodidad, del anonimato, de la “anestesia” del “qué se le va a hacer”, del “para qué hacer algo si nada va a cambiar”, del “me criaron así”, del “lo que yo pudiera hacer es tan pequeño al lado del problema que hay”, etc. etc. etc.
Tanto en lo personal, como en lo comunitario, creo, todos podemos actuar responsablemente en nuestro círculo de influencia y ampliarlo provocando cambios.
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