Aprendemos a amar de acuerdo a cómo nos amaron, cómo nos
cuidaron, cómo nos reconocieron, cómo nos dieron existencia. Es desde ese
aprendizaje, que recibimos de muy pequeñitos, que entendemos y armamos nuestras
relaciones amorosas con los demás.
Ahora bien, muchas veces en ese aprendizaje hubo fallos,
ausencias o abandonos que en mayor o menor grado generaron dolor, inseguridad y
baja estima. Crecimos con ese modo de vincularnos, en muchos casos “sobrevivimos”,
pero con un modelo que repetiríamos en la adultez.
Esta es una razón fundamental por la cual ese deseo amoroso
con el que comenzamos una relación, termina transformándose en la “necesidad
del otro”. Ese otro se torna el centro de mi vida, tiene toda la prioridad, ocupa
todo mi tiempo y todos mis pensamientos, está idealizado y mi mundo empequeñece
transformando el vínculo en una relación adictiva y dependiente.
En algún lugar creemos que esta persona, aquí y ahora,
sanará y aliviará nuestro dolor e inseguridad vividas en la infancia, allá y
con otros. Y lo cierto es que este “otro” también tiene sus agujeritos en el
corazón, con lo cual, muchas veces son relaciones tormentosas y que terminan
siendo muy sufrientes para los dos.
El punto de partida para un encuentro saludable,
posibilitador de una relación satisfactoria, es el autoconocimiento y el
trabajo personal: reparar primero mis heridas para estar entero y así poder
encontrarme con un otro que también sea un entero. Claro que pareciera que es “más
fácil” y hasta natural que “el amor” me repare. Pero como decimos siempre, con
el amor no alcanza!
Bucear en mi historia, entender para hacerme cargo y
responsable de mis actos, tener la iniciativa para romper con la ilusión del “Príncipe
encantado” que salvará mi vida o de “La mujer”, sí con mayúsculas, que ordenará
y guiará mi vida porque yo solo no puedo, son algunos de los pasos en el
trabajo personal que debemos transitar para poder encontrarnos con un “par” en
lugar de un “rescatador”!
Buenísimo!! Muy interesante y nutricia tu publicación.
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